Sentimientos confrontados

🕔 11 de Agosto de 2016

Sentimientos confrontados

 

En este frío invierno, cuando las manos sobre el teclado se me entumen sin que logre templarlas, intento conciliar mi reflexión para aportar algún concepto a los amigos lectores. Reconozco que los “ruidos del entorno” me conducen permanentemente a la dispersión, mientras busco una mejor concentración para mantener en vigilia la práctica de pensar en los demás y de pensar en aquello que a los demás les puede hacer bien. Sin embargo estoy divagando, una y otra vez sobre lo mismo.

El panorama actual con tantos hechos lamentables me arrastra a pensamientos inútiles, a sentirme quebrado por las injusticias y la violencia. Eso en definitiva me mantiene en actitud de alerta pero no contribuye a lo que conduce a hacer un aporte sensato al bienestar social. Me saco la bronca nada más. Compenso este estado de ánimo con el discernimiento sobre los hechos, con la crítica adecuada, con una búsqueda de expresiones coherentes…en ningún momento con indiferencia social.

 Comparto con algún vecino el desanimo frente a “cierta gente”: También me circunda la consternación ante a aquellas conductas culturales que tienden a justificar lo injustificable, ante aquellos males que se han enquistado en los comportamientos que aprueban actos irracionales de la sociedad.

 En fin, me dejo llevar por la desmoralización sin llegar a reconocerla formalmente.

 En oposición a estos pensamientos derrotista me aflora el optimismo, esas ganas de volver a vivir ideales jóvenes, a comprometerme con grandes desafíos frente al mundo. Optimismo por mirar a los demás de frente, sin desconfianzas, sin temores. Hay algo adentro que me mueve a reflotar mis convicciones en los valores que reflejan la voluntad humana, que se traduce en acciones de bien.

 Todas personas hemos experimentado cierto ardor por lo que se manifiesta en nuestras vidas, por la acción de nuestro trabajo, que pasa a ser una contribución a la trascendencia de la vida de todos. Que se puede revelar cuando dejamos el alma en lo que emprendemos, cuando nos esforzamos sin límites, cuando nos asociamos a otros que quieren alcanzar un mismo fin. Esa fuerza interior es como un fuego que se debe alimentar, hacer crecer y permitir que se sumen otros fuegos en la oscuridad.

 Pesimista u optimista. Dos desemejante que existen en la condición de las personas. Todos podemos sentir que vivimos esa dualidad. Sin embargo con el paso del tiempo, la formación de nuestros criterios, la certeza de nuestros valores permiten escalar nuevos peldaños en nosotros mismos. La vida nos permite crecer, más que confinarnos a una concepción parcial de nosotros mismos. Son mucho más las personas que miran la vida de frente y asumen los riesgos del amor.

 Al final de esta reflexión recuerdo la frase popular: “La esperanza es lo último que se pierde”. La sabiduría de mucha gente se abre caminos hacia lo más alto, a no olvidar los valores religiosos que nos permiten dar un salto de crecimiento. Seguros que por alguna razón transitamos este mundo y es este mundo al que estamos llamados a cambiarle su rostro.

El frío sigue su derrotero, me niego a que me domine, ni se convierta en el único tema para charlar.

                                                                                  Juan Opazo Gallegos.

Nota publicada: 11 de Agosto de 2016
  1. joaquin mario calo 12 Agosto 2016

    Estoy con usted Juan y comparto su desasosiego, las injusticias han estado siempre a la orden del día estos últimos tiempos, gente que traiciona sus ideas, si es que alguna vez las tuvieron. En realidad,fueron el farol con que nos hacen perder el juego, desde siempre. Esto en el plano político social en que nos desenvolvemos, como en el compromiso personal, en donde se han trastocado ciertos valores, a los que no podemos renunciar ,por formación y por edad. En donde no se reconocen los méritos de haber mantenido esos principios, aún en contra de facilismos desleales para con nuestro esquema moral. Todo dio la vuelta,con unas mentiras. El egoísmo de no aceptar la prosperidad del otro, nada mas que con eso, incentivando el muy infame pecado de la envidia, nunca mas amarga y mas traidora.


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