Espiritualidad y Salud por Dr. David H. Aguirre

🕔 12 de Diciembre de 2015

 

Espiritualidad y salud

 

                En el preámbulo de la OMS, que data de 1946, se dejó definida a la salud como “el completo estado de bienestar físico, psíquico y social, y no solo la ausencia de enfermedad”, con lo cual se abrió un panorama de tal amplitud que nos deja a todos los médicos en falta y prácticamente a la humanidad toda como enferma. Porque ¿Quién puede estar completamente bien?

                Sin embargo la definición es muy acertada, y tener salud significa “estar bien”.

                Ahora bien, resulta muy difícil, mejor dicho, imposible, estar bien físicamente si no estamos bien interiormente. ¿Cómo se puede uno sentir bien si adentro hay amargura, angustia, enojo, frustración, miedo? ¿Cómo se puede uno sentir bien cuando miente, engaña, es deshonesto o corrupto? No es de extrañar que tanta gente tome pastillas para poder dormir, bajar la presión, combatir la depresión, tener energía, etc.

                Es en este contexto que se vincula la salud con la espiritualidad, entendiendo la espiritualidad en un sentido muy amplio: haciendo referencia a lo abstracto, aquello que sentimos o experimentamos pero que no podemos tocar, como opuesto a material, lo relativo a las emociones, pensamientos, ideas, creencias, actitudes, intenciones, deseos, decisiones.

                Con esta concepción amplia de la espiritualidad se corre el peligro de poner en la misma bolsa cosas muy disímiles, y por ello vale hacer una discriminación. Existe una falsa espiritualidad, es aquella que esclaviza, que anula es espíritu crítico, que obnubila el pensamiento, que no permite la duda, que exige obediencia, aceptación ciega. La espiritualidad verdadera nos da más libertad, no hace ser más nosotros mismos, dignifica, despierta al ser humano, no lo duerme, estimula su independencia y autonomía, tiene pocas respuestas pero muchas preguntas.

                Ya en el siglo XIX Luis Pasteur y Claude Bernard, en Francia mantuvieron un célebre debate acerca de si la causa de la enfermedad estaba en el agente (bacteria, virus, etc) o en el terreno (la inmunidad y resistencia a las enfermedades). Semejante debate también se dio en Alemania, para la misma época entre Roberto Koch y Max Von Pettenkofer.

                Esta cuestión sigue teniendo actualidad porque si el problema está en el agente, el problema está afuera y el ser humano es una víctima, generalmente de un contagio casual y desafortunado, es mala suerte, la adversidad, el infortunio, la desgracia que nos alcanza. Pero si el problema está en el sistema inmune, está en mi cuerpo, es interior, y quizás yo haya hecho algo para debilitarlo, quizás sea responsable no víctima. Son dos enfoques distintos que conducen a alternativas terapéuticas diferentes.

                En las últimas décadas se han multiplicado los estudios científicos que han demostrado el impacto en la salud del estrés, la depresión, la pérdida afectiva, el amor, la risa, encontrarle un sentido a la vida, etc. Se ha podido demostrar cómo estas cuestiones interiores, espirituales, afectan a la inmunidad e incluso a los genes de las personas. Como ejemplo baste citar las investigaciones llevadas a cabo por más de 10 años en la UCLA (Universidad de California, Los Angeles) por Steven Cole y colaboradores sobre estrés e inmunidad y su relación con el gen CTRA, y las de su colega Barbara Fredrikson en la Universidad de Carolina del Norte en relación a dicho gen y la felicidad.

                Con el auge de la medicina científica en la era contemporánea, el racionalismo y materialismo imperante, su buscó en la química y el mundo microscópico la explicación y solución de las enfermedades. Se consiguieron grandes logros, fundamentalmente en el conocimiento de los mecanismos por los que una patología aparece y sobre como interferir en ellos mediante el uso de drogas. Aporte igualmente válido hicieron los procedimientos quirúrgicos a nivel físico.

                Pero a partir de la segunda mitad del siglo XX, y con la apertura mental que significó la definición de salud de la OMS, quizás de la mano de la física cuántica y del reconocimiento de la psicología como una ciencia, se comenzó a ir más allá de los mecanismos y a procurar encontrar el origen de la enfermedad. Si Ramón Carrillo dijo que 'Frente a las enfermedades que genera la miseria, frente a la tristeza, la angustia y el infortunio social de los pueblos, los microbios, como causas de enfermedad, son unas pobres causas', bien podríamos decir que “frente al estrés, amargura, violencia, frustración, deshonestidad, depresión que asola a la humanidad y perturba su bienestar; las bacterias, virus y células alteradas como causa de enfermedad, son pobres causas”.

                Según el informe elaborado por la American Cancer Society en el 2012 y que cuenta con el respaldo del INC (Instituto Nacional del Cáncer de EEUU) desde el 2006 ha habido una explosión en la investigación de las terapias complementarias. Por lo antedicho se comprende la necesidad de una medicina integral, holística.

                La complejidad del ser humano en sus distintos niveles o componentes: físico, energía, psique, mente, conciencia, alma y espíritu como la mayoría de las tradiciones religiosas comprenden (con algunas variantes obviamente), o consciente, subconsciente, inconsciente, supraconsciente como es abordado por algunas escuelas psicológicas, obligan a un replanteo más profundo de la cuestión salud-enfermedad.

                Estamos frente a un nuevo paradigma que revolucionará los tratamientos médicos, el perfil de los agentes de salud y la demanda de los enfermos y de todos aquellos que simplemente aspiran a “estar bien”. Es inevitable profundizar porque vivir en la superficialidad se paga de manera muy cara, hay que ir para adentro, resolver las cuestiones psicológicas, mentales, espirituales que nos afectan. De otro modo, enfermaremos.

                Para estar bien, para sentirnos bien, debemos iniciar “el viaje interior”.

 

Nota publicada: 12 de Diciembre de 2015
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